Desde épocas muy lejanas de la evolución humana, la figura del toro ha sido compañera inseparable del desarrollo de los nativos de las orillas del Mediterráneo y de las regiones del Próximo Oriente. Esta prolongada coexistencia ha derivado en una heterogénea multitud de formas y matices en las que este hermoso animal ha estado y permanece aún inmerso. Testimonios arqueológicos, literarios y artísticos llegados hasta hoy así lo certifican. Pueblos y culturas de aquel antiguo entorno seducidos tanto por su nobleza y bella estampa como por su potencia y su bravura mitificaron su figura, erigiéndola como símbolo común y eje principal de muchas de sus concepciones socio-económicas y lúdico-religiosas.
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